Siete puntos para entender el feminismo

“Yo no soy machista, pero tampoco feminista”. “Si ya las mujeres tienen un montón de derechos, no es como antes… ¿para qué hace falta el feminismo?” “Con tantos problemas graves que hay en el mundo, para estar preocupándose por esos detalles”. “Son unas radicales, extremistas, feminazis, no tienen términos medios”.

Ya perdí la cuenta de las veces que escuché esas u otras frases, más o menos agresivas, sobre la lucha por la equidad de género. Probablemente tú también las oíste… Quizás dijiste alguna. Porque si hay alguna certeza en torno al feminismo, es que durante años nos contaron una versión manipulada. Lo desacreditaron y minimizaron hasta hacerlo parecer un movimiento cruel, injusto y desesperado de mujeres histéricas en busca de supremacía. 

Pero mira, pausa, hoy vamos a rebobinar el cassette. Nos acercaremos un poquito a sus orígenes y desarrollo, también en Cuba, para intentar desmontar algunos de esos mitos que a fuerza de mucha repetición, se asocian automáticamente a una corriente que esencialmente “es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas”. Punto. No es tan difícil. Lo dijo Angela Davis, la reconocida activista por los derechos humanos. Pero empecemos por el principio.

1. Nació siendo una mala palabra

La filósofa francesa Simone de Beauvoir dijo del feminismo que era “una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”. Más cerquita en el tiempo, la antropóloga mexicana Marta Lamas aseguró que “ser feminista es no aceptar que la diferencia sexual se traduzca en desigualdad social”.

Mucho antes, el término nació asociado al desprecio. En la segunda mitad del siglo XIX se usaba en medicina para designar un trastorno del desarrollo en los varones que afectaba su “virilidad” y les hacía parecer femeninos. 

Sin embargo, fue el reconocido periodista y escritor Alejandro Dumas -que no por ser brillante escapó al machismo predominante en su época- quien lo sacó a la palestra pública. Corría 1872 cuando intentó ridiculizar y apagar las aspiraciones sufragistas y en favor del divorcio, usando el manido vocablo.

En el artículo “El hombre-mujer”, el autor de La dama de las camelias aseveró irónicamente que “las feministas” pretendían que “todo lo malo viene del hecho de que no se quiere reconocer que la mujer es igual al varón, que hay que darle la misma educación y los mismos derechos”. ¿A quién se le ocurre? Habrá pensado…

Una década después, la sufragista francesa Hubertine Auclert reinventó la palabra para identificar los movimientos que buscaban la justicia social y la igualdad de derechos para las mujeres. Desde aquel momento quedaron claros dos puntos de partida: las luchas por la equidad no serían fáciles, pero las feministas convertirían la burla en fortaleza. 

2. Más allá de lo contado…

Si así fueron los orígenes, lo que vino después no fue mucho mejor. Durante décadas los medios de prensa mainstream, los machistas, los que se resisten, satanizaron al feminismo. Un breve repaso histórico nos muestra cómo el patriarcado ha blanqueado las luchas de género quitándoles todo sentido. Aún lo hace.

Cuando las sufragistas estadounidenses reclamaron su derecho al voto, las tildaron de malas madres,  violentas y se burlaron de ellas diciendo que no habían sido besadas. En 1992, Rush Limbaugh, locutor de radio, comentarista político e integrante del Partido Republicano de Estado Unidos, relacionó al feminismo con el nazismo, comparando el derecho al aborto con el Holocausto de la Alemania de Hitler. Con los años, la palabra feminazi se convirtió en la más repetida del discurso antifeminista.

En los tiempos que corren, tropezamos a menudo con memes donde se asocia a las feministas con frustraciones sexuales o egocentrismo. Se habla de ellas desde el desconocimiento y la naturalización de muchos de los mitos que históricamente se le han asociado; no para bien. 

Y es que así ha sido el relato. Forma parte de un círculo vicioso en el que, para desacreditar nuestros reclamos, nos ridiculizan. Si protestamos, es porque ya no nos contentan, porque somos malcriadas, radicales. En ningún caso importan las causas que defendemos; las inequidades no forman parte de la narrativa impuesta.

3. No, no es lo contrario al machismo

Un argumento muy frecuente entre quienes se enfrentan al feminismo es equipararlo al machismo e intentar alinear el enfrentamiento contra ambos. Vamos, la frase recurrente, “el machismo es malo, pero lo contrario también”.

En realidad, el machismo es la ideología que engloba actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias que niegan a la mujer como sujeto público, político. Es la manifestación de una cultura patriarcal según la cual la mujer debe ser controlada, subordinada e incluso agredida. 

El feminismo, en tanto, defiende para una mitad de la población mundial, oportunidades y derechos que han estado históricamente reservados para los hombres. No busca supremacía; batalla por la igualdad. Busca construir otras maneras de vivir, que pasan por desmontar una estructura patriarcal que ha ubicado a los varones en lugares privilegiados y ha naturalizado una cultura de dominación y exclusión.

4. ¿Mujeres contra hombres?

Conectado con el argumento anterior, está otro clásico: describir al movimiento como una guerra sin cuartel contra los hombres, la lucha de las mujeres por dominar el mundo… así, bien peliculero. De ahí, que se nos muestre como radicales y se usen términos como “feminazi” o “ideología de género”. 

En realidad, ni las feministas levantan un discurso de odio ni proponen un enfrentamiento contra ellos. No es blanco y negro. La verdadera batalla es contra el patriarcado, los roles preimpuestos y la discriminación que -pista clave aquí- también afecta a los varones. 

Se trata de desaprender un machismo heteronormativa que les exige a ellos ser fuertes, masculinos, proveedores y a nosotras, sensibles, madres, hogareñas. Para luego excluir, rechazar y agredir a todo el que no encaje en las normas. 

El feminismo, por tanto, busca la liberación de las mujeres, pero también de la sociedad en su conjunto; el fin de la opresión, la igualdad de derechos, la redistribución justa del poder y el cese de la violencia de género. Una propuesta tan rica y abarcadora no puede reducirse a una simple “guerra de sexos”.

5. Sin normas ni restricciones.

El feminismo no es rígido, ni dogmático, ni aburrido. Al menos, no debe serlo. Desde la crítica, se pretende dibujar a estas corrientes como espacios de restricción, donde todo está pautado y hay leyes que cumplir para lograr encajar. No faltan quienes se sorprenden al ver que mujeres identificadas con la causa se pinten las uñas, se arreglen el pelo o construyan una familia tradicional de mamá, papá y nené, por solo poner algunos ejemplos. 

Según el mito, quienes defienden esa causa son poco femeninas, lesbianas, frustradas, intolerantes o tiranas con mal carácter. Pero en la vida real, da igual: pelo corto o largo; vestido o pantalones; heterosexuales, homosexuales o trans; maquillaje a lo diva de cabaret o ninguno en absoluto; tacones o chancletas; madre y esposa o soltera hasta los 40… 

Ser feminista no es una apariencia, no es un rol impuesto, es una actitud ante la vida, una militancia. Va de la libertad de elegir, de eliminar etiquetas y sumar opciones, de hacernos con el control de nuestras vidas. Es también corriente de pensamiento social, filosofía y cultura.

6. Más que feminismo… feminismos

Si acordamos que el feminismo no es dogmático, chocamos de frente con otra necesidad. Una conclusión que se volvió impostergable en la medida que la lucha evolucionó, creció en demandas y se extendió a diferentes realidades geográficas, sociales, económicas…

No hay una causa en singular, sino una gran pluralidad. Existen varias maneras de ser feministas y todas son válidas. El movimiento, en su interior, tiene lugar para reivindicaciones bien diversas; no es un bloque unitario y homogéneo. Aunque a nivel global sigue siendo un desafío el respeto y la inclusión dentro de la propia militancia. 

Ya no se demanda únicamente derechos básicos, sino también a la integridad física y psicológica, a decidir sobre nuestro cuerpo, orientación sexual e identidad de género, a la igualdad de salario, a romper el techo de cristal en los espacios laborales, a acceder a responsabilidades políticas, a repartir de otras formas las labores domésticas y de cuidado, a relaciones de pareja respetuosas y equitativas, por mencionar sólo algunas. 

Se asumen otras causas como el anticapitalismo, el ecologismo, la migración, la discapacidad, el antirracismo y la erradicación de la discriminación LGTBI, especialmente la que sufre el colectivo de personas trans. 

Y varía en función del contexto. No son las mismas demandas en La Habana, Buenos Aires, Madrid o Afganistán, aunque el tronco sea común. La igualdad es el objetivo, pero los caminos y aliados para conseguirla varían. Son diferencias que, a fin de cuentas, enriquecen.

7. No es una moda… mientras haya desafíos

Para el final, una de las opiniones más preocupantes que andan por ahí: “Si ya las mujeres tienen derechos, ¿para qué hace falta el feminismo?”.

En su última entrevista, la periodista Isabel Moya dijo que el primer peligro de las mujeres cubanas en la segunda década de los 2000, era pensar que ya todo estaba hecho y conquistado. Nada más lejos. La reflexión bien podría ser global.

Partiendo de ahí, las luchas feministas no son una propuesta superada, no es una moda. Nos permite, día tras día, seguir develando las inequidades de género, los micromachismos, las violencias intrafamiliares y sexuales. Nos permite trabajar desde los microespacios del poder, sobre las múltiples formas de producción y reproducción del patriarcado. 

Para Georgina Alfonso, directora del Instituto de Filosofía de Cuba, entre sus múltiples desafíos en Cuba se incluye validar que “lo cotidiano es político, que se trata de batallas no solo de mujeres, sino también de hombres”; y que incluye “el respeto a la diversidad desde identidades múltiples”. 

En definitiva, tenemos una deuda: vivimos en tiempo de reposicionar el feminismo, de establecer alianzas, de explicar y sumar. Por las que abrieron el camino, además, nos toca reclamar lo que falta. Mientras los desafíos estén ahí, mientras queden demandas, harán falta feministas. El primer paso es despojarnos de los engaños, tener la mente abierta. Luego, buscar un mundo más justo para ellas, para todos.

Tomado de Cubadebate

Universidad de Las Tunas
Ernesto Alejandro Campos Domínguez

Ernesto Alejandro Campos Domínguez

Webmaster de la Universidad de Las Tunas, Cuba.