Primera Declaración de La Habana: “No nos queda ninguna duda de que la patria vencerá”

Discurso pronunciado por Fidel Castro en la Magna Asamblea Popular celebrada por el pueblo de cuba en la Plaza de la República, el 2 de septiembre de 1960.

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Ciudadanos:

Resulta evidente que cada uno de ustedes, desde el sitio en que se encuentran, no puede tener una idea siquiera de la inmensidad de la muchedumbre que se ha reunido en la tarde de hoy. Es un verdadero mar humano, que se pierde de un extremo a otro de la Plaza Cívica.

Para nosotros, los hombres del Gobierno Revolucionario, que hemos visto muchas reuniones del pueblo, esta es de tal magnitud que no deja de impresionarnos profundamente, y que nos hace ver la enorme responsabilidad que ustedes y nosotros llevamos sobre nuestros hombros.

El pueblo se ha reunido hoy para discutir importantes cuestiones, sobre todo de orden internacional.  Pero, ¿por qué no ha quedado apenas nadie en su casa?, ¿por qué ha sido esta la más grandiosa reunión que ha celebrado nuestro pueblo, desde el triunfo de la Revolución?  ¿Por qué?  Porque nuestro pueblo sabe lo que está defendiendo, nuestro pueblo sabe la batalla que está librando.  Y como nuestro pueblo sabe que está librando una gran lucha por su supervivencia y por su triunfo, y puesto que nuestro pueblo es un pueblo batallador y un pueblo valiente, por eso están aquí presentes los cubanos.

Y es lástima que hoy, cuando vamos a discutir aquí las mismas cuestiones que se discutieron en Costa Rica, no estuvieran aquí sentados los 21 cancilleres de América. Es lástima, es lástima que no se encuentren presentes para que tuvieran la oportunidad de ver al pueblo que condenaron en la reunión de Costa Rica. Es lástima que no se encuentren presentes para que pudieran comparar cuán distinto es el lenguaje diplomático de las cancillerías y el lenguaje de los pueblos.

Allá, desde luego, habló nuestro canciller en nombre de nuestro pueblo. Pero, los que lo escuchaban, en una parte considerable de los allí reunidos, no estaban representando a sus pueblos.  Si allá, en Costa Rica, se hubiesen reunido hombres que representaran el interés verdadero y el sentir verdadero de los pueblos de América, sobre todo de los pueblos de América Latina, jamás se habría articulado una declaración como la que pronunciaron contra los intereses de un pueblo de América, y contra los intereses de todos los pueblos hermanos de América.

¿Y qué se estaba discutiendo allí? Se estaba jugando allí con el destino de nuestra patria; se estaba cohonestando allí las agresiones a nuestra patria; se estaba afilando allí el puñal que en el corazón de la patria cubana quiere clavar la mano criminal del imperialismo yanki.

Pero, ¿por qué querían condenar a Cuba? ¿Qué ha hecho Cuba para ser condenada? ¿Qué ha hecho nuestro pueblo para merecer la Declaración de Costa Rica? ¡Nuestro pueblo no ha hecho otra cosa que romper las cadenas! Nuestro pueblo no ha hecho otra cosa, sin perjudicar a ningún otro pueblo, sin quitarle nada a ningún otro pueblo, que luchar por un destino mejor. Nuestro pueblo no ha querido otra cosa que ser libre; nuestro pueblo no ha querido otra cosa que vivir de su trabajo, y nuestro pueblo no ha querido otra cosa que vivir del fruto de su esfuerzo; nuestro pueblo no ha querido otra cosa que sea suyo lo que es suyo, que sea suyo lo que es de su tierra, que sea suyo lo que es de su sangre, que sea suyo lo que es de su sudor.

Los cubanos no han querido otra cosa sino que sean suyas las  determinaciones que guían su conducta; ¡que sea suya, y suya solo la bandera de la estrella solitaria que ondea en nuestra patria!

Que sean suyas sus leyes; que sean suyas sus riquezas naturales; que sean suyas sus instituciones democráticas y revolucionarias; que sea suyo su destino; y que ese destino no tiene derecho a interferirlo ningún interés por poderoso que sea, ninguna oligarquía y ningún gobierno por poderoso que sea.

Y debe ser nuestra la libertad, porque la libertad nos ha costado muchos sacrificios conquistarla; y debe ser nuestra y plena la soberanía, porque por la soberanía ha venido luchando nuestro pueblo desde hace un siglo; y debe ser nuestra la riqueza de nuestra tierra y el fruto de nuestro trabajo, porque por eso se ha tenido que sacrificar mucho nuestro pueblo; y todo cuanto hay aquí creado lo ha creado el pueblo; y todo cuanto hay aquí de riqueza, lo ha producido nuestro pueblo con su sudor y su trabajo.

Nuestro pueblo tenía derecho a ser un día pueblo libre; nuestro pueblo tenía derecho a regir un día sus propios destinos; nuestro pueblo tenía derecho a contar un día con gobernantes que no defendieran los monopolios extranjeros, con gobernantes que no defendieran intereses privilegiados, con gobernantes que no defendieran a los explotadores, sino con gobernantes que pusiesen los intereses de su pueblo y de su patria por encima de los intereses del extranjero voraz; con gobernantes que pusiesen los intereses del pueblo, los intereses de sus campesinos, los intereses de sus obreros, los intereses de sus jóvenes, los intereses de sus niños, los intereses de sus mujeres, los intereses de sus ancianos, por encima de los intereses de los privilegiados y de los explotadores.

Cuando la Revolución llega al poder el 1ro de enero de 1959, hace poco más de año y medio, ¿qué había en nuestra patria?; ¿qué había en nuestra patria como no fuesen lágrimas, sangre, miseria y sudor?; ¿qué había para nuestros campesinos en nuestra patria?; ¿qué había para los niños en nuestra patria?; ¿qué había para los trabajadores en nuestra patria?; ¿qué había para las familias humildes en nuestra patria?; ¿qué había imperado hasta ese día en nuestra patria?  Había imperado la explotación más inhumana; había imperado el abuso, había imperado la injusticia; había imperado el saqueo sistemático de los fondos públicos por los políticos rapaces; había imperado el saqueo sistemático de las riquezas nacionales por monopolios extranjeros; había imperado la desigualdad y la discriminación; había imperado la mentira y el engaño; había imperado el sometimiento a los designios extranjeros; había imperado la pobreza.

Cientos y cientos de miles de familias vivían sin esperanzas en sus humildes bohíos; cientos y cientos de miles de niños no tenían escuelas; más de medio millón de cubanos no tenían trabajo, y los cubanos negros tenían menos oportunidad que nadie de encontrar trabajo; los guajiros vivían en las guardarrayas; los obreros cañeros trabajaban solo unos meses al año, y pasaban hambre, ellos y sus hijos, el resto del tiempo. El vicio, el juego, y todos sus análogos, imperaban en nuestro país; era explotado el agricultor; era explotado el pescador; era explotado el trabajador; era explotado el pueblo en su inmensa mayoría.

¿Por qué querían condenar a Cuba?

Para el pueblo no se hacía nunca nada; para el pueblo no se levantaba ninguna medida de justicia, para librar al pueblo de su hambre, para librar al pueblo de su pobreza, para librar al pueblo de su dolor y su sufrimiento; para librarlos a ustedes, ciudadanos cubanos, para librarlos a ustedes, hombres y mujeres, ancianos y niños, para librarlos a ustedes, a esta inmensa multitud que aquí se reúne, para librar a la nación cubana, para hacer algo por ella, para hacer algo en bien de ella, no se hacía absolutamente nada.

Y el pueblo tenía que soportar impotente; el pueblo tenía que pagar los alquileres más altos del mundo en nuestra patria; el pueblo tenía que pagar las tarifas eléctricas más altas del mundo en nuestra patria; el pueblo tenía que pagar los servicios telefónicos de acuerdo con los intereses de una compañía extranjera que le arrancó concesiones a un gobierno tiránico, cuando la sangre de nuestra heroica juventud estudiantil estaba aún caliente en los pavimentos del Palacio Presidencial.

En las reservas monetarias de la nación quedaban solamente 70 millones; nuestro país, en comercio desigual con Estados Unidos, había pagado en 10 años 1 000 millones de dólares más de los que ellos nos habían pagado a nosotros por nuestros artículos. No había fábricas, ¿quién iba a poner las fábricas para los cientos de miles de cubanos que estaban sin trabajo? No había planes de agricultura; no había planes de industria, ¿quién se iba a preocupar por poner industrias? ¿Y el pueblo, qué podía hacer?, ¿qué podía hacer el obrero azucarero?; ¿qué podía hacer el obrero cañero?; ¿qué podía hacer el trabajador?

Al trabajador no le quedaba más que su mísero salario; al trabajador no le quedaba más que el pedazo de pan que escasamente podía llevar a sus hijos hambrientos. Las ganancias se las llevaban los monopolios extranjeros, las ganancias las acumulaban los poseedores…; las ganancias las acumulaban los intereses que se nutrían a costa del trabajo del pueblo. Y ese dinero, o se guardaba indefinidamente en los bancos, o se invertía en todo género de lujos, o, principalmente, marchaba al extranjero.

¿Quién iba a poner las fábricas para los cientos de miles de cubanos que estaban sin trabajo?  Y como la población cubana crecía, y como cada año más de 50 000 jóvenes arribaban a la mayoría de edad, ¿de qué iban a vivir?  ¿De qué iba a vivir la población creciente de nuestra patria?  ¿De qué iban a vivir los campesinos, los hijos de los campesinos, cuando ellos no tenían ni trabajo ni tierra?  ¿De qué iba a vivir una población que se multiplicaba, y cuyo crecimiento humano era mucho mayor que el crecimiento de su industria y de su economía?

El pueblo carecía de todas las oportunidades.  ¡Ah, el hijo del campesino, o el hijo de un obrero, el hijo de una familia humilde cualquiera, muy difícilmente podía aspirar a llegar a ser algún día un profesional, un médico, un ingeniero, un arquitecto o un técnico universitario! Había hijos de familias pobres que, a costa de extraordinarios sacrificios, podían llegar a los estudios superiores, pero la inmensa mayoría de los hijos de nuestras familias muchas veces no tenían oportunidad siquiera de aprender las primeras letras, y había regiones enteras de Cuba donde nunca habían visto un maestro.

Nuestro pueblo no tenía acceso sino al trabajo, ¡si lo encontraba!  Para nuestro pueblo quedaba siempre lo peor; para nuestro pueblo no había nunca un campo de recreo; para nuestro pueblo no había nunca una calle; para nuestro pueblo no había nunca un parque, y había muchos pueblos donde si había algún parque, a unos ciudadanos —los ciudadanos negros—, no los dejaban pasear en ellos.

Eso fue lo que encontró la Revolución al llegar al poder:  un país económicamente subdesarrollado, un pueblo que era víctima de todo género de explotación. Eso fue lo que la Revolución encontró después de una lucha heroica y sangrienta.  Y las revoluciones no se hacen para dejar las cosas como están; las revoluciones se hacen para rectificar todas las injusticias.

Las revoluciones no se hacen para proteger y apañar privilegios; las revoluciones se hacen para ayudar a los que necesitan ser ayudados; las revoluciones se hacen para implantar la justicia, para ponerle fin al abuso, para ponerle fin a la explotación.  Y nuestra Revolución se hizo para eso, y con ese fin cayeron los que cayeron.  Y para lograr ese propósito se hicieron tantos sacrificios.

La Revolución venía a arreglar la patria; la Revolución venía a hacer lo que hacía mucho tiempo que cada cubano estaba pidiendo que se hiciera.  Cuando cada cubano analizaba impotente la vida de nuestro país y el cuadro en que se desenvolvía la vida nacional, siempre decía una cosa:  “Esto hay que arreglarlo, hace falta que esto se arregle; hace falta que algún día esto se arregle.”  Y los más optimistas decían: “Algún día esto se arreglará.”

Por arreglar a su país venían luchando desde hace mucho tiempo los cubanos. Pero había una fuerza muy poderosa que nos impedía arreglar nuestro país. Esa fuerza era la penetración imperialista de Estados Unidos en nuestra patria; esa fuerza fue la que frustró nuestra plena independencia; esa fuerza fue la que no dejó penetrar a Calixto García y a sus bravos soldados en Santiago de Cuba; esa fuerza fue la que impidió al ejército libertador hacer la revolución en los inicios de la república; esa fuerza fue la que determinó, desde los primeros momentos, los destinos de nuestra patria; esa fuerza fue la que permitió el apoderamiento de los recursos naturales y de las mejores tierras de nuestra patria, por intereses extranjeros; esa fuerza fue la que se arrogó el derecho a intervenir en los asuntos de nuestro país; esa fuerza fue la que aplastó cuantas revoluciones trataron de hacerse; esa fuerza fue la que se asoció siempre a todo lo negativo, a todo lo reaccionario y a todo lo abusivo que había en nuestro país.  Esa fuerza fue la que impidió que en nuestra patria se hubiera hecho una revolución antes.  Y esa fuerza es la que nos trata de impedir que nosotros arreglemos a nuestro país ahora.

Esa es la fuerza que mantuvo a la tiranía; esa fuerza fue la que entrenó a los esbirros de la tiranía, la que armó a los soldados de la tiranía, la que facilitó armas, aviones y bombas al régimen tiránico, para mantener a nuestro pueblo en la peor opresión. Esa fuerza ha sido el enemigo principal del desarrollo y del progreso de nuestra patria; esa fuerza ha sido la causa principal de nuestros males; esa fuerza es la que se empeña en que la Revolución Cubana fracase; esa fuerza es la que se empeña en que los criminales de guerra vuelvan, en que los explotadores vuelvan, en que los monopolios vuelvan, en que los latifundios vuelvan, en que la miseria vuelva, en que la opresión vuelva a nuestra patria.

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Universidad de Las Tunas
Ernesto Alejandro Campos Domínguez

Ernesto Alejandro Campos Domínguez

Webmaster de la Universidad de Las Tunas, Cuba.