Fidel Castro: “Donde la Revolución debe ser fuerte es en la conciencia de cada cubano”

A 60 años del discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la Universidad de La Habana, el 27 de noviembre de 1959, y a tres años de su desaparición física recordamos fragmentos de sus palabras aquel día, hoy más vigentes que nunca.

Decía que este 27 de noviembre había sido para nosotros uno de los días más extraordinariamente ocupados. Como tal vez saben algunos de ustedes, nos encontrábamos en la provincia de Camagüey y nos vimos en la necesidad de hacer un gran esfuerzo por estar aunque fuesen unos minutos en la escalinata universitaria.

No quería dejar de asistir al acto de esta noche por lo que tiene de simbólico para nosotros, por lo que esa fecha y esta escalinata representan y recuerdan. No se trataba del número de los asistentes, sino del significado moral de este acto, por eso hicimos el esfuerzo.

Todavía traemos con nosotros, en nuestras pupilas, la impresión inolvidable de los actos de hoy. Creo que nuestro pueblo ha honrado dignamente a los mártires de 1871, y con ellos a todos los mártires universitarios.

El espectáculo aquel, presenciado por nosotros esta mañana, de decenas de miles de niños en un polígono militar agitando banderas cubanas… Fue imposible hablarles a aquellos niños. Era muy difícil hacerlo al mezclarse el pueblo en general con los niños y hacer demasiado tumultuosa aquella asamblea infantil. Me quedé ciertamente con deseos de hablarles a los niños.

Pensaba que por la mañana les hablaríamos a los niños de la enseñanza primaria elemental, por la tarde a los guajiros y al pueblo en general, y por la noche a los estudiantes. Virtualmente no he podido hacer ninguna de las tres cosas por distintas razones: con los niños por las que expliqué, con el pueblo por el público tan extraordinariamente grande, las dificultades de los altoparlantes, y esta noche por cansancio.

Sin embargo, quiero recalcar al menos esa impresión imborrable de llegar a una fortaleza militar. ¿Y quién no ha pasado aquí por las fortalezas militares? ¿Quién no pasó una y muchas veces en años anteriores aunque sea por el lado de una fortaleza militar?

Es posible que cada uno de nosotros, al menos cada uno de los que somos susceptibles a despreciar la fuerza y la opresión, susceptibles de comprender en todo su significado para qué servían aquellas fortalezas, hayamos sentido ese dolor, esa impotencia, ese sentimiento de tristeza cuando pasábamos por una de esas fortalezas militares enclavadas en el centro de la ciudad, que sirvieron de campamentos a cientos o a miles de soldados en una república donde cientos de miles de niños no tenían ni escuelas, ni maestros, ni libros, ni lápices, ni esperanzas de tenerlos algún día.

Es preciso recordar no los tiempos de hoy, en que se pasa junto a una fortaleza como quien pasa junto al recuerdo de un mal que ha dejado atrás; es preciso recordarla, en lo que fueron para nosotros hasta muy recientemente, para comprender la impresión de llegar a un lugar donde había una fortaleza y no reconocerla; verse de repente entre una serie de edificios que dicen: Escuela de enseñaza número tal, escuela de enseñanza número tal, biblioteca, escuela de artes tal; en fin, llegar a un lugar donde se ha estado en ocasiones anteriores y no reconocerlo, porque en lugar de barracas, en lugar de aspilleras, en lugar de soldados, de ametralladoras, de postas y de fusiles, nos encontramos un centro de enseñanza, nos encontramos pupitres, libros, pizarras, y sobre todo niños.

Era ciertamente el homenaje más justo que se les podía rendir a todos los estudiantes que han caído en esta larga lucha.  Y es ese, en medio de las amarguras que todos los revolucionarios tenemos que sufrir, el único premio, el premio de esos minutos que en sí mismos compensan todo lo agrio que pueda tener —en medio de la incomprensión, en medio de las pasiones y en medio de intereses que se debaten— la vida de un revolucionario.

¿Por qué podíamos nosotros convertir aquella fortaleza en una ciudad escolar, donde más de 3 000 niños —sin exagerar, porque es posible que ascienda a un número mayor— van a recibir enseñanza, van a tener campos deportivos, van a tener los beneficios que hasta hoy no cabían en la imaginación de los hijos de las familias humildes de nuestras ciudades?

¿Por qué, desentendiéndonos de toda consideración tradicional de carácter militar, lejos de ponernos a construir fortalezas, podemos estar derribando fortalezas para convertirlas en escuelas? ¿Es que acaso la Revolución no corre riesgos? ¿Es que acaso nuestra Revolución no tiene enemigos? ¿Es que acaso no se conspira contra ella? ¿Es que acaso no estamos conscientes todos nosotros de que tenemos días de lucha por delante?

Ciertamente la Revolución tiene enemigos y enemigos cada vez más atrevidos, cada vez más insolentes, y es posible que cada vez más equivocados. Sin embargo, ¿por qué pudimos demoler aquella odiosa fortaleza, conocida por el nombre de Columbia?  ¿Por qué pudimos demoler esta segunda fortaleza? ¿Y por qué vamos a demoler todas las fortalezas?

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Universidad de Las Tunas
Ernesto Alejandro Campos Domínguez

Ernesto Alejandro Campos Domínguez

Webmaster de la Universidad de Las Tunas, Cuba.